EDITORIAL PRENSA ASTURIANA Director: Isidoro Nicieza


Martes 17 de Octubre de 2006

Cuencas

Los pozos de la muerte

¿Se puede hablar de estas cosas o es mejor dejar de lado la memoria histórica como pretenden ahora algunos? Yo no hago más que poner en práctica lo que me enseñaron en la escuela y que estaba enmarcado en la pared de la clase, así que quien me lo hizo aprender que no se arrepienta ahora de que lo haya asimilado tan bien: «La verdad ni teme ni ofende».

Existen dos pozos en las Cuencas, uno en cada valle, a los que la historia reciente ha venido a unir en el mismo destino trágico: el Pozu Funeres y el Pozu Fortuna. El primero es una sima natural, el segundo fue hecho por el hombre en busca de la riqueza mineral. Los dos son, desde mediados del siglo XX, involuntarias fosas comunes y monumentos a la barbarie. Junto a ambos se reúnen anualmente los familiares, amigos y herederos ideológicos de los fallecidos para perpetuar su recuerdo. Sin embargo, antes de que la muerte los cubriese con sus negras alas, eran lugares bien distintos.

Hay sitios marcados por la fatalidad y a los que desde siempre se ha identificado con la cara más negra del mal. Es lo que sucede con el Pozu Funeres, maldito durante generaciones y en el que antiguamente se quiso encontrar una de las bajadas al Averno. Alguna vez hemos demostrado cómo en nuestra tierra la realidad viene a veces a dar la razón a la fantasía y éste es el mejor ejemplo, porque efectivamente, acabó convirtiéndose en el Infierno para quienes fueron arrojados vivos a sus profundidades y en la pesadilla eterna para quienes fueron sus ejecutores y tuvieron que compartir el resto de sus vidas con el horrible recuerdo de la mezquindad que enturbió para siempre sus conciencias.

Las leyendas siniestras que se han contado sobre este punto a veces denotan un origen antiquísimo y no sería de extrañar que acontecimientos parecidos a los del siglo XX ya se hubiesen repetido en otras épocas, porque es sabido que muchas consejas populares no son más que recuerdos adaptados de hechos reales. Hoy voy a contarles la más conocida, la publicó en 1895 Eladio G. Jove, quien se encargó del capítulo correspondiente a Laviana en el conocido libro «Asturias» que entonces editaron Bellmunt y Canella.

Es un drama de carácter romántico protagonizado por un noble miembro de la rancia estirpe de los Álvarez de las Asturias que ejercía su despótico poder desde una casona, ya desaparecida, cercana a Tiraña, en el lugar que aún se llama El Palacio. Era malo y despótico, maltrataba a los aldeanos y demandaba el derecho de pernada a sus doncellas, a las que emparedaba si se resistían a sus rijosos deseos, hasta que un día fue más allá y se atrevió a dar muerte de un disparo a un cura por haber iniciado la ceremonia de la misa sin esperar por él.

Entonces cayó en desgracia, perdió muchos de sus derechos y acabó falleciendo amargado. La leyenda cuenta que cuando su cadáver era conducido al panteón familiar de la capital fue raptado por los cuervos en Peñacorvera -que debe a este hecho su nombre- y arrojado a la sima del Funeres; allí acabó lanzándose también días después el único amigo del infame noble: su perro de caza.

Pero el lugar ya estaba maldito con anterioridad, otra versión de la leyenda del conde de Tiraña cuenta cómo en una ocasión la mejor de sus vacas, distinguida con un collarón de plata y un cencerro de oro, cayó accidentalmente a la fosa y el aristócrata envió a sus criados a rescatar la joya. El más aguerrido bajó hasta el fondo y pudo recuperar la pieza, pero se negó a volver a la superficie en un gesto heroico gritando que le soltasen porque eran tantas las gafuras que le acompañaban que emponzoñaría el mundo si regresaba con ellas.

Menos conocida pero más agradable es la leyenda del Pozu Fortuna, una perforación minera con la que se buscó la riqueza para unos pocos y el trabajo para muchos. La he leído en un «Comarca» de finales de los sesenta en un comentario firmado por Secundino Fernández y se la resumo a continuación.

En este caso se vincula al supuesto hallazgo de las reliquias de los santos Justo y Pastor, venerados en una ermita que corona el valle, seguramente el santuario más antiguo de las Cuencas y que es otro de nuestros lugares mágicos al que nos acercaremos otro día. En el interior del pequeño templo hay un punto concreto del que se ha venido sacando tierra durante generaciones en la creencia de que tiene poderes sanadores, de manera que hasta aquí se acercaban los peregrinos para llevársela a sus casas y poner remedio a sus males. Según la leyenda, a fuerza de cavar se llegó hace muchos años a hacer un pozo de varios metros en cuyo fondo apareció una capa de roca negra y brillante.

Los devotos llamaron entonces a un monje con fama de sabio para analizar el prodigio y éste sentenció que lo hallado no era ni más ni menos que carbón -la primera veta encontrada en el valle- y en agradecimiento alzaron al cielo esta oración: «Gracias Señor por los dones que tú, altísimo señor, nos diste, y gracias por esta fortuna que aquí nos has dejado sepultada desde el principio del mundo». De manera que desde aquel momento aquel coto se llamó Fortuna y el Pozu quedó bautizado para siempre. Traduciendo al clásico italiano: aunque no sea cierto, está bien traído.

Pero, desgraciadamente, debemos volver a la realidad y recordar lo sucedido el 13 de abril de1948, nada menos que a los once años del término de la guerra civil en Asturias. Entonces el horror se materializó en el Pozu Funeres cuando 22 personas de varios pueblos de Bimenes, Infiesto, Laviana y San Martín del Rey Aurelio fueron sacados de sus casas, torturados y arrojados vivos a sus profundidades. Los detalles del drama supongo que ya los han oído alguna vez: pasados varios días aún seguían escuchándose los lamentos que salían desde el fondo, hasta que los verdugos volvieron para arrojar cal, gasolina y dinamita asegurando así la tranquilidad de sus conciencias. Las autoridades prohibieron entonces acercarse al paraje, incluso a los pastores que por fuerza debían transitar por los caminos próximos.

Desgraciadamente, como suele ocurrir en otros puntos de la geografía española con lugares que registran historias similares, a pesar de que algunos de los protagonistas aún pueden estar vivos, ni siquiera se conoce el número exacto ni la identidad de muchas de sus victimas, aunque se supone que aquí rondan la veintena. En los años setenta un bombero lavianés pudo descender hasta el fondo, localizar algunos restos y hacer varias fotografías, pero luego todo volvió al silencio.

Hoy, el Pozu es uno de los santuarios de la iconografía socialista asturiana donde ya durante el franquismo se citaban en secreto los militantes de este partido para rendir homenaje a quienes dieron su sangre para que ellos pudiesen seguir enarbolando su bandera.

El Pozu Fortuna, en Turón, también ha recuperado su dignidad en los últimos años. Hasta diciembre de 2003 no se pudo localizar con exactitud su caña, que había sido rellenada con posterioridad a los hechos. Por fin, y después de distintos sondeos y varios días de excavaciones, se localizó una chimenea hecha en ladrillo macizo y de unos cinco metros de diámetro.

Treinta metros más abajo está la última morada de muchos hombres y mujeres que fueron fusilados en el lugar a partir de 1937, cuando la contienda ya había finalizado en la zona dando paso a la venganza. De nuevo es imposible conocer su número ni sus nombres, pero en este caso son centenares, entre trescientos y quinientos, según las fuentes, aunque aquí es imposible saberlo con exactitud porque las tandas de la muerte no eran siempre las mismas y no hacía falta llevar ningún registro de su actividad.

Junto al brocal del Fortuna se erige hoy un monolito, obra del turonés José Luis Varela, y desde el 28 de junio de 2006 un conjunto de paneles con información documental e histórica y obras literarias alegóricas a la paz y la barbarie recogidas de los clásicos del siglo XX y de los nuevos escritores españoles. Todo vale a la hora de dignificar el recuerdo.
 

Prensa 2006
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