EDITORIAL PRENSA ASTURIANA Director: Isidoro Nicieza


Lunes 10 de Abril de 2006

Apuntes Republicanos (I)

FRANCISCO PALACIOS
Se cumplen ahora los setenta y cinco años de la proclamación de la II República Española. Una República precedida de una dictadura de siete años y vencida en una guerra civil que dio paso a otra dictadura más larga e implacable. Por eso la asociación entre República y guerra resulta inevitable, con toda la carga emocional que ello comporta, a pesar del tiempo transcurrido. A la muerte de Franco, se optó en España por la vía de las reformas políticas. Se evitó una brusca ruptura por razones prágmáticas y de prudencia política. (El golpe fallido del 23-F -y los que posteriormente se maquinaron- es un buen ejemplo de la inestable correlación de fuerzas en que se desenvolvía la amenazada democracia española).

Se recurrió al pactismo para desmantelar la dictadura y encaminar las instituciones hacia un tipo de democracia homologable a las que imperaban en la Europa capitalista. En la Europa del Mercado Común. Se estableció constitucionalmente la Monarquía parlamentaria como forma política del Estado. Quedaban atrás los ecos de aquel eslogan tan coreado en las manifestaciones: «España, mañana, será republicana». Incluso el Partido Comunista de España, liderado entonces por Santiago Carrillo, aceptaba la bandera roja y gualda para no entorpecer el pactado proceso de transición. «Ahora es la bandera de todos los españoles, camaradas», proclamaba enfáticamente Carrillo, cuando otros grupos comunistas ondeaban desafiantes la bandera tricolor republicana en aquellos mítines multitudinarios de finales de los setenta. Sin embargo, más allá de los pactos y de los símbolos, las efemérides republicanas han tomado esta vez una clara deriva revisionista. El presidente del Gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, no sólo hizo días pasados en el Senado una encendida apología de la II República, sino que le confirió una legitimidad todavía vigente. Dijo que, gracias a las políticas de su Gobierno, «muchos de los objetivos, de las grandes aspiraciones y de las conquistas de II República están hoy en plena vigencia».

El Presidente aventura así una imposible traslación mecánica, o nostálgica, desde la visión cristalizada de unos tiempos que nada tienen que ver con los actuales. La II República nació en el contexto de una Europa desgarrada por regímenes totalitarios, con democracias constitucionales débiles y acorraladas. En esos años convulsos y prebélicos transcurrió la azarosa aventura de la II República: con sus logros, sus esperanzas, sus contradicciones, sus desgarros, sus luchas internas. Para Francisco de Ayala, «la República fue un proyecto, no pasó de ser un proyecto que tuvo su inicio y nada más» . Un proyecto truncado. Lejos del régimen idealizado y ejemplar que ahora se intenta exhibir desde determinados ámbitos. Así, en una extraña pirueta histórica, Rodríguez Zapatero quiere presentar la España de hoy como una culminación de aquella República cristalizada. Por una parte, se trata de aplicar recetas republicanas a la realidad política presente. Por ejemplo, el Presidente destaca las palabras pronunciadas por Azaña, al cumplirse los dos años de iniciada la guerra civil: «paz, piedad y perdón». ¿Se quiere justificar así el llamado «proceso de paz» en marcha?

De otra parte, uno tiene también la impresión de que se aprovecha la conmemoración republicana para borrar cualquier vestigio que pueda revelar que nuestra democracia parlamentaria ha surgido precisamente de la transformación legal del régimen franquista. De sus propias entrañas. Para bien o para mal, ése es otro asunto, pero la realidad es que se eligió esa vía como la posible en aquellos momentos. Pero con frecuencia se utiliza la historia con fines políticos, entonces la memoria y el olvido se convierten en el haz y el envés de una misma conciencia sectaria y excluyente.

Llevando el revisionismo histórico hasta sus últimas consecuencias, y con el propósito de que no se confundan la legalidad republicana y el golpe de Estado franquista, desde cierta plataforma cívica se exige que las «instituciones de la actual democracia española rompan de manera definitiva los lazos que la siguen uniendo -desde los callejeros de los municipios hasta los contenidos de los libros de texto- con un Estado ilegítimo, que surgió de una agresión feroz contra sus propios ciudadanos y se sostuvo en el poder durante treinta y siete años mediante el abuso sistemático e indiscriminado de los siniestros recursos que caracterizan la pervivencia de los regímenes totalitarios». Hace casi medio siglo (junio de 1956) que desde el Partido Comunista de España (PCE) se defendía la «reconciliación nacional», argumentándose que «en el campo republicano eran cada vez más numerosas e influyentes las opiniones de los que estiman que hay que enterar los odios y rencores de la guerra civil, porque el ánimo de desquite no es un sentimiento constructivo. Un estado de espíritu favorable a la reconciliación nacional de los españoles va ganando a las fuerzas político-sociales que lucharon en campos adversos durante la guerra civil».

Asimismo, el PCE declaraba solemnemente «estar dispuesto a contribuir sin reservas a la reconciliación nacional de los españoles, a terminar con la división abierta por la guerra civil y mantenida por el general Franco. Una política de azuzamiento de rencores puede hacerla Franco, y en ello está interesado, pero no las fuerzas democráticas españolas. Existe en todas las capas sociales de nuestro país el deseo de terminar con la artificiosa división de los españoles en «rojos» y «nacionales», para sentirse ciudadanos de España, respetados en sus derechos, garantizados en su vida y libertad, aportando al acervo nacional su esfuerzo y sus conocimientos».

En definitiva, la política y la historia suelen odiarse cordialmente.
 

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