5 de Junio de 2006
 

SOCIEDAD Y CULTURA
 
La República según Pla
 
Se reúne en un solo volumen el millar de crónicas que el autor catalán escribió
desde Madrid entre los años 1931 y 1936
 
 
Afortunadamente para nosotros, Pla estuvo allí. En los cafés, las tertulias, los mentideros y las gradas del Congreso. El catalán pasó cinco años en Madrid, de 1931 a 1936, entre la fauna periodística y la clase política de la época. Llegó a la capital cuando caía la monarquía de Alfonso XIII y se marchó tres meses antes del alzamiento fascista. En esos años escribió más de un millar de crónicas para 'La Veu de Catalunya', el diario catalanista y conservador de La Lliga de Cambó, y también para otros periódicos como 'El Sol', 'El Norte de Castilla' o 'El Noticiero Sevillano'.

Pla estuvo en el Madrid republicano y fue testigo del proceso por el que las ideas dejaron su lugar a las consignas, y éstas allanaron el camino a las pistolas. Con el tiempo, su entusiasmo inicial fue derivando en la melancolía que produce lo inevitable. La República se precipitaba hacía la guerra civil y nadie iba a impedirlo. En tales circunstancias, el cronista hizo lo que mejor sabía hacer: copiar del natural. Imaginémosle escribiendo en la alta madrugada, ordenando el caos político de la época en su cabeza, mientras lía el enésimo cigarrillo y espera la llegada del adjetivo exacto.

En el monumental 'La segunda República española' (Destino), Xavier Pericay ha reunido todos los trabajos que Pla publicó en la prensa de la época sobre la Segunda República española. Un trabajo colosal llevado a cabo con gran pulcritud y rigor. El volumen, que cuenta con un iluminador prólogo de Valentí Puig, agrupa mil cincuenta y nueve artículos; novecientos cincuenta y cuatro de ellos están traducidos del catalán, mientras que el resto fueron escritos originalmente en castellano. Algunos de estos textos se cuentan entre lo mejor de Pla. Son sus últimos trabajos como periodista puro, como cronista, un trabajo «muy extraño» que aceptó en su juventud con un medido entusiasmo y que llegaría a ser capital en su concepción de la escritura. En 'El cuaderno gris' Pla cuenta cómo, en sus años de estudiante, componía «papelorios» envarados y novecentistas.

Ver las cosas directamente y describirlas con claridad: prácticamente la divisa literaria de Pla. La obra del catalán es el resultado de una coincidencia prodigiosa: la de una mirada potentísima y una expresión llena de vigor y exactitud. Ese el secreto: un escritor dramáticamente apegado a la realidad que posee las herramientas necesarias para fijar cualquier pedazo del mundo (un pedazo que puede ser una ciudad, un primer ministro o un salmonete) en el papel. Leyendo los artículos de 'La Segunda República Española' comprobamos que ni siquiera el laberinto político y la inminencia de una guerra civil superan la capacidad de descripción y síntesis de Pla.

Rígido civismo

La primera crónica del libro está fechada el 18 de abril de 1931. Pla recibe con simpatía el nuevo régimen, en gran medida porque parece evitar los excesos revolucionarios. El periodista es un burgués que sospecha que el grado de perfección de una democracia tiene bastante que ver con el orden público, la sofisticación gastronómica, la frivolidad de la vida social y la puntualidad de los trenes. La suya es «una concepción diríamos rígida del civismo». Pronto comienzan los altercados. En enero de 1932 la situación ya es «verdaderamente dramática». En el país se ha producido «un relajamiento absoluto de los vínculos de convivencia». El descontento posterior deviene necesariamente en actos de violencia. En una visita a Bilbao, el cronista advierte las consecuencias de los errores de «quienes han confundido la libertad con la demagogia, el progreso con la improvisación incapaz, el orden con el sectarismo más anacrónico y tronado».

Pla comienza el año de 1933 escribiendo un artículo en el que se pregunta si su generación verá otra guerra en Europa. Poco después decreta el comienzo de la decadencia del «mito Azaña». «Hay posiciones demasiado ingenuas para ser verdaderas», escribe refiriéndose al por entonces presidente del Consejo de Ministros. Llega Casas Viejas y la fundación de Falange. El año termina con la victoria electoral de las derechas. Pla la recibe con la esperanza de que Lerroux logre afianzar el sistema y recuperar el orden público. Habla de la «cursilería humanitaria» de Indalecio Prieto, de las «expresiones infantiles» de Azaña, de la «explotación del provincialismo» que hace Esquerra.

Llega el colapso

Se suceden las crisis ministeriales, el Gobierno prohíbe la prensa extremista y Pla señala que «por todos lados se advierte un lujo de prevenciones». En marzo de 1934 comienza un artículo con una reflexión que, acostumbrados al fatalismo histórico y al estribillo de las dos Españas, resulta llamativa: «No sé si al fin nos dejarán vivir en paz. Es posible que al fin lo logremos, pero será por consunción, después de haber ensayado todas las locuras, de haber perdido una gran cantidad de tiempo y de dinero, de haber retrocedido en todos los aspectos de la vida nacional». El año termina con las sublevaciones en Cataluña y Asturias. La censura comienza a descalabrar los artículos de Pla.

En los siguientes meses se advierten mayores dosis de cansancio y pesimismo. En cierto modo, el periodista que escribió párrafos chispeantes sobre la proclamación de la República en Madrid ha quedado atrás. Sus textos van adquiriendo un tono de mayor frialdad. Se diría que también sus juicios van perdiendo algo de alegría y contundencia. Por si fuera poco, la censura continúa mutilando sus escritos. Leer las últimas crónicas madrileñas de Pla contagia una sensación de abandono y tristeza. El escándalo del estraperlo acaba con Lerroux y, ante las elecciones de febrero de 1936, el cronista pronostica «situaciones muy difíciles». Años después reconocería que en aquel momento ya entendía que «la revolución y la Guerra Civil eran inminentes».

«La atmósfera en Madrid es asfixiante», escribe el 22 de marzo de 1936. «Se han dejado atrás los estragos pasados, y la opinión vive impresionada por el miedo al resultado de las elecciones municipales convocadas para el 12 de abril». Esas elecciones nunca llegarán a celebrarse. Tres meses antes de que las tropas africanas se subleven, Pla deja su corresponsalía en Madrid y se refugia en Cataluña. En septiembre consigue escapar a Marsella con pasaporte noruego. Después sabrá que algunos milicianos fueron a buscarle a su casa de Palafrugell. En la ciudad francesa se le ve pasear solo y leer novelas de Simenon.

Ahora que la Segunda República regresa con su vistoso prestigio de fetiche intelectual resulta aconsejable volver a Pla. El catalán es un antídoto contra el peligro del idealismo, un correctivo contra la bravuconería castiza y un lenitivo contra la herrumbre, tan en boga, del simbolismo, el sentimentalismo y la palabrería.
 

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